¿Por qué preferimos a las veinteañeras? Enterate!


Algunos estudios señalan que una vez que una mujer pasa los 22 años, se convierte exponencialmente menos atractiva para los hombres.
En la gastronomía, las diferentes proteínas animales que comemos suelen venir de criaturas jóvenes, tanto así que medimos su edad en meses y no en años. Según el sitio modernfarmer.com, la carne procesada para su comercialización se distribuye de acuerdo a su especie, de la siguiente manera: la de cordero proviene de ovejas que tienen entre 3 a 10 meses; la de puerco es de cerdos alrededor de seis meses de nacidos, la carne de res procede de vacas que están entre los 10 y 24 meses; la de pollo, de aves que tienen solamente de 6 a 10 semanas. La razón principal de este hecho es que mientras más joven es el animal, más tierna es su carne.
En su libro, “Dataclysm: Who We Are (When We Think No One’s Looking)” (Dataclismo: Quiénes somos, cuando creemos que nadie nos ve) el autor Christian Rudder, CEO del sitio de citas OKCupid, describe una tendencia similar con respecto a las preferencias en las que los distintos grupos de edad del sexo opuesto se encuentran más atractivos los unos a los otros. Sin embargo, ésta sólo se presenta en nosotros.
Los perfiles de OkCupid indican que una vez que una mujer pasa los 22 años, se convierte exponencialmente menos atractiva para los hombres.
Por el contrario, conforme ellas maduran, sus gustos los hacen con ellas, sintiéndose más atraídas por los hombres cercanos de su misma edad, por lo menos, hasta que llegan a los 40. Durante los siguientes ocho años les pega el fenómeno cougar y buscan treintones.
Y en la práctica, aparentemente estos datos se replican. Hace poco una amiga de 24 años —cuya identidad mantendré en secreto— me contó que acompañó a una compañera de su oficina a una fiesta. Era una reunión como cualquier otra en un departamento: gente en la sala, con trago en mano, comiendo papas de un tazón. Al llegar, ella se percató de que era la única en aquel grupo que no había rebasado los 30, provocando la fascinación de todos los hombres, solteros, con novia y casados del lugar.
Mi amiga recuerda que se añadió al plan como un favor para su colega y, al no darle ninguna importancia a la ocasión, ni siquiera se arregló para la misma. “Era la más fachosa y la más chiquita”, me dijo. “Ahí habían otras mujeres súper producidas, escotadas con vestiditos. ¿Qué me veían a mí? ¿Solo la juventud? ¿Qué no saben que yo también tengo celulitis y estrías?”.
Al hablar del tema con ella evoqué mi temporada de soltería recalcitrante, después de haber terminado una relación de más de siete años. Durante ésta no me puse ningún tipo de limitación, salí con cuanta mujer aceptó una invitación mía. Pero con el pasar de las citas, poco a poco fui discriminando a las de mi propia edad. Las chicas que rebasaban los treinta estaban en un canal mental muy distante al mío, cavilaban sobre temas como matrimonio y familia que en absoluto figuraban en mi radar. Yo venía de un noviazgo extenso y exhaustivo, que me había drenado hasta la última gota de pensamiento sobre el futuro. Lo que yo quería era divertirme y ninguna mujer se divierte como las de 20 años.
No obstante ese argumento solo explica un momento muy particular por el que yo pasé. La verdad es que al final todo tiene que ver con ese pequeño monstruo que vive dentro de nosotros, el que distorsiona la percepción y hace más difícil superar un rechazo amoroso. Me refiero a esa instancia psíquica que nos hace testarudos y erráticos al tratar de saciar un hambre de aceptación, de ser reconocidos y queridos, de ser deseados y amados, porque al mimar al ego nos cargamos de virilidad y creemos que podemos conseguir lo que sea.
Es por el ego que la curva con la información recabada de OKCupid no crece con nosotros. Porque vivimos con el complejo de Peter Pan y nos da vergüenza admitir que fracasamos en la utópica tarea de permanecer jóvenes.
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Contestándole a mi amiga y a todas las mujeres que se han preguntado por qué preferimos a una veinteañera —me incluyo adrede—, la respuesta es la vil aceptación. Las mujeres que han alcanzado una cierta madurez las tienen sin cuidado las trivialidades y se concentran directamente en las cualidades que impactan y tienen relevancia en sus vidas: son más fáciles de conquistar. Con solo tener un buen trabajo, ser mínimamente caballerosos, gozar de un buen verbo y hacerlas reír es suficiente para ganar su atracción. Lo complicado es demostrarles honestidad, fidelidad, compromiso, raciocinio, vehemencia y constancia.
En cambio, una jovencita juzga con su sentido de diversión y al sentirse deseado por ella es el mejor espaldarazo para un ego al que se despierta con nuevos dolores todos los días, que le caen pesados ciertos alimentos y que se expresa con modismos que tienen décadas en desuso.
Modernfarmer.com contrapone la noción de que la carne joven es mejor, citando a Adam Danforth, escritor de varios libros sobre carnicería, quien afirma: “Mientras más tiempo vive un animal y mayor actividad tenga, su carne adquiere mucho más sabor”.
En cuanto a las preferencias de edad, los hombres parecemos las bestias y las mujeres sí lo tienen claro, porque conforme crecemos adquirimos conocimientos y experiencias que hacen la convivencia suculenta.
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